miércoles, 3 de junio de 2015


                                                                                                                      

 “Reinventarse” Ángeles F. Picas

     Se puso en la cola como todos  los primeros días de mes. Esta vez llegaba hasta la tercera bocacalle. Unos 50 metros de personas  perfectamente alineadas.  El frío era aún intenso aquella mañana de marzo. Los rostros, protegidos por las solapas de los abrigos y las bufandas, aumentaban  las  expresiones de decaimiento.
     Se situó en la misma esquina y sintió un temblor helado. Se ajustó la chaqueta y hundió su cara hasta  casi desaparecer.
     Después de más de dos años en el paro, había sido citado para una entrevista a través de una empresa de selección de personal. Aún no sabía en qué consistía, porqué había ampliado tanto su perfil profesional, que ahora era polivalente y lo podían llamar para cualquier cosa. Pero lo importante es que lo habían seleccionado, pensó  con una alegría amarga.
      Recordó por unos momentos  su verdadero oficio. Se consideraba un gran profesional que había trabajado por diferentes lugares del país. Uno de los mejores ebanistas que se podían encontrar. Pero eso, se dijo con nostalgia, era agua pasada.
La cola progresaba lenta, cada paso se prolongaba hasta que los bostezos eran inevitables.
     En ese tiempo había hecho de todo: transportista, camarero, pintor… cualquier cosa para mantener a su familia, pero no había sido suficiente. Como una sangría fue perdiéndolo todo. El trabajo, la vivienda, el matrimonio, la fuerza, su optimismo innato.
     La empresa donde trabajaba hacia más de 25 años, pionera en el sector,  había cerrado de la noche a la mañana  después de 100 años de existencia. Primero habían declarado una suspensión de pagos  por un acuerdo entre los gerentes y los representantes sindicales. Más tarde la vendieron a unos inversores que resultaron ser un engaño. Finalmente los dueños desaparecieron y los empleados se quedaron sin trabajo y sin indemnización.
      Algunos, incluido él, habían montando guardias durante meses, para impedir que el material de fabricación se lo llevaran, pero el desánimo y la necesidad de trabajar les hizo abandonar.
     Durante un tiempo perdió por completo el rumbo, pero remontó de repente, como una brisa fresca, el día que su hijo de 11 años, con esa extraña madurez que poseen los niños que sufren, le dijo que debía curarse porque él lo necesitaba.
     Aceptó entonces todos los cursos de formación que le ofrecía la oficina de empleo para ampliar sus conocimientos y recursos.  Asistió  a sesiones informativas sobre trucos y consejos para hacer más atractivo su curriculum, participó en cuantos programas y cursos formativos le ofrecieron, a talleres de “coaching” laboral y sobre todo,  a todas las charlas y seminarios de como “reinventarse” para abrirse a otras posibilidades de éxito en la búsqueda de empleo. Hasta se empapó diversos manuales de reinvención profesional.
     Sacó el rostro de su refugio y un olor desagradable se le introdujo en las fosas nasales. Eso lo puso de peor humor. La cola había avanzado y le tocaba estar frente a unos containers de basura. Miró su entorno y el silencio lo aplastó.
     Aspiró profundamente y una bocanada de aire frío quedó flotando en el aire, como petrificada. ¿Reiventarse? ¿Volverse a inventar?  ¡Vaya gilipollez! ¿cómo puede volverse a inventar uno mismo? Con una vez ¿no ha sido suficiente? ¡Malditos manuales! ¡farsantes! ¡payasos! De esto me han servido, para estar en esta cola cada mes, hasta hoy, que me han citado para un ridículo contrato de 3 meses,    pensó con acritud, casi en voz alta, hundiéndose de nuevo en su abrigo.
     Entró en la sala y cogió de mala gana el número de orden del dispensador. 
     –¡Vaya el 113! –dijó en voz alta con sorna.
     Se sentó a esperar su turno mientras observaba a los  funcionarios que atendían. Le habían tocado todos.
     –¡Para esto me citan! ¡Para esta mierda! –gritó un hombre maduro al que estaban atendiendo–.
     –Esto es lo que ofrecen,  no puedo decirle nada más. Yo no hago las leyes –le contesto secamente el funcionario.
     Su número apareció en pantalla. Una mujer de unos 30 años le preguntó su nombre, con la mirada puesta en el papeleo que tenía sobre la mesa. Esta es nueva, pensó sorprendido.
     –Vamos a ver señor Fuentes, ha sido preseleccionado por la empresa de selección Siglo XXI, para cubrir diversas plazas en una empresa del sector mecánico ubicada fuera de Barcelona. Ofrecen un contrato de 2 meses. 
     La empleada siguió explicándole, de forma distante, todos los detalles, mientras él la escuchaba, sus manos apoyadas en la barbilla  y la mirada perdida en los detalles de la mesa.
     –Debe saber –prosiguió con la retahíla–, que tiene la obligación de aceptar la oferta si fuera elegido, ya que se ajusta a los cursos de estrategias para reinventarse laboralmente que usted ha recibido. 
     –Perdone –dijo mirándola fijamente–, pero no podré aceptar ese empleo de ninguna forma.
     –¿Por qué? ¿Cuál es el motivo? Usted sabe que si la rechaza sin causa justificada perderá la prestación por unos meses –dijo de forma autoritaria.
     –El motivo es que estaré en la cárcel –dijo él de forma impasible,  mientras le clavaba en la garganta las tijeras que estaban sobre la mesa.

     La sangre salpicó todos los papeles.

Abril 2015.