Llovía
y llovía sin parar, como si siempre hubiera sido así, como si el agua formara parte
inseparable de nuestras vidas. Sentada en una sillita de caña, sobre una mesa
vieja, vestía y desvestía a mi única muñeca mientras miraba a todos en silencio,
sin molestar, para que no me riñeran. Me sentía como una reina sentada en un
trono, mientras todo a mí alrededor estaba en peligro, yo estaba allí en lo alto,
a salvo de todo.
Veía
sus caras y estaban realmente enfadadas,
preocupadas. Mi yaya, mi madre y mis tías trajinaban de arriba abajo, mientras guardaban
en lo alto de los armarios y de los altillos: mantas, colchas, ollas; tapaban
con plásticos los muebles, la radio, el frigorífico, la cocina, todo lo que
estaba al alcance del agua, que había logrado entrar a pesar de los escalones y
del pequeño muro de la entrada de la casa. Llevaban la ropa arremangada y botas
de lluvia, no paraban de achicar el agua y el barro con todas sus fuerzas.
De
repente, me vi sobre los hombros de un gigante, un hombre alto y fuerte,
vestido con traje negro. Desde
aquella altura podía ver un río interminable que arrastraba fotografías, dibujos,
cartas, lápices, cajas, ropa. . . apreté muy fuerte a mi muñeca y sentí como si
trocitos de mi vida desaparecieran. Estaba tan absorta en lo que veía que apenas
me daba cuenta donde me llevaba aquel hombre de hombros y pies enormes. Mis
recuerdos rescatan esas imágenes y sensaciones guardadas en cajoncitos de la
memoria.
Hace
apenas 24 horas recibí una citación judicial que me comunicaba que iba a
ejecutarse la expropiación de mi casa. Después de años de aplazamientos,
revisiones, citaciones, a todos mis recursos, la última esperanza, el último recurso
presentado contra el jurado de la expropiación, ante el Tribunal Superior de
Justicia, se había visto frustrada. Solo pedía una resolución más acorde y
justa, pero habían resuelto la expropiación forzosa.
Los planes
y afectaciones urbanísticas no entienden de sentimientos, ni de proyectos de
vidas, solo de pragmatismo y transacciones.
Aún me
tiembla el pulso y las lágrimas me turban la mente, cuando me doy cuenta de que
aquí acabará la historia de una parte esencial de mi familia y de mí misma.
Un
impulso vital me lleva a coger un avión urgente desde París a Barcelona. Volver a ver la casa de mi
primera infancia, reconciliarme con mis recuerdos, necesito rescatar algo, no
sé bien qué.
La
casa es ahora solo una visión del pasado, una silueta abatida por el tiempo. Se
mantienen en pie a duras penas las cuatro paredes, el tejado y el arco de la
entrada. La vegetación ha crecido con furia y las enredaderas han trepado hacia
el cielo cubriendo todas las paredes; la preciosa y vieja higuera se mantiene
fuerte y llena de grandes y espesas ramas que casi llegan al suelo. Alguien
debería podarla.
Las
casas, cuando no son vividas envejecen con
pesadumbre, inundadas por la apatía y la desolación.
Cojo
un higo y lo abro como si fuera un regalo sorpresa, el color rojizo y su sabor
perfumado y dulce, me han hecho cerrar los ojos, como cuando era niña.
Desde
los hombros del gigante de pies grandes, vi como el agua arrastraba una pequeña
carpeta de colores, donde yo guardaba mis pequeños secretos. Me incliné de
repente, pensando que podría cogerla, pero el agua la arrastró hasta quien sabe
dónde, aún recuerdo como lloré.
El
hombre me dejó en una portería vecina, donde los escalones eran más altos y el agua
no había logrado entrar. Allí estaba como cada día la señora Carmen, una
abuelita con delantal, pañuelo y toquilla negra, menuda, con una pequeña
verruga en la misma punta de la nariz. Era como la bruja de los cuentos, pero
dulce y siempre olía a garbanzos fritos que hacía en el hornillo de carbón. Me
dio un cucurucho de periódico lleno de garbanzos y el calor recorrió todo mi
cuerpecito. Recuerdo aquel calor como el abrazo más tierno que me dieron nunca.
Desde entonces todas las abuelas del mundo me han recordado a ella.
Luego,
me senté en los escalones mientras saboreaba los ricos garbanzos, y de repente
vi arremolinado en un tronco mi carpeta de colores. Salté como loca a recogerla
y no me importó empaparme hasta los huesos. La señora Carmen me la puso cerca
del hornillo y estiramos hoja por hoja, para que no se rompieran. ¡Mis secretos estaban a salvo!
Los
días de lluvia dieron paso a días de azules intensos. El sol secó el barro y lo
endureció, las brevas empezaron a brotar, señal de una primavera incipiente, y
las flores de las enredaderas, las campanillas de colores malva y púrpura, abrieron
los pétalos como mariposas.
Me
acerco a la higuera y la abrazo, su aroma me lleva a la niña que en cuanto
salió el sol, excavó un hueco bajo la higuera, para guardar aquella carpeta de
colores, seguramente para que nunca pudiera perderse.
Ahora
sé que es eso lo que quiero rescatar. Escarbo la tierra con ansia hasta que un
sonido metálico me advierte que ya he encontrado la caja donde guardé mi
carpeta. La tierra seca ha cubierto la tapa y el candado, me cuesta abrirla,
rasco la tierra con las llaves y por fin la logró recuperarla.
La
abro con solemnidad y miro con nostalgia los secretos que tan celosamente
guardaba: dibujos, cuentos, hojas secas, y entre todo ello un sobre dorado. Sé
que alguien me lo dio para que lo guardara como un tesoro y me dijo que no lo
abriera hasta que no fuera mayor. Le di mi palabra. Creo que ahora, que está
aprobada una recalificación del terreno y se construirán una gran promoción de
pisos, tan cerca de que todo este lugar desaparezca y cambie para siempre, ha
llegado el momento de abrirlo.
Abro
con delicadeza y curiosidad el sobre y en su interior hay una llave de pequeño
tamaño, de color pardo rojizo, debe ser cobre, es antigua pero brillante, la cabeza
tiene forma octogonal, con unas bonitas filigranas doradas, y en el centro creo
que es un elefante, no estoy segura, parece un mandala hinduista. Las muescas
están gravadas como con troquel con incrustaciones de minerales. Parece una
llave amuleto, como si tuviera un poder especial, y hubiera de abrir un lugar
desconocido o mágico.
La examino
una y otra vez, buscando una explicación, esforzándome en rememorar quién me la
dio y qué me dijo. La palpo y aprieto, como si con ello fuera a conseguir la
respuesta. Recojo todos mis recuerdos y estrecho la carpeta contra el cuerpo, absorbo
ese momento, porque sé que es una despedida para siempre.
¾¡Ahora lo recuerdo!
¡Ahora! ¡Sí! ¡El hombre que me sacó en hombros de la inundación, él me la dio!
Entro
sin pensarlo en el interior de la casa, y camino con sigilo y emoción contenida
en las habitaciones, recorro cada una de las estancias, y los recuerdos se
agolpan queriendo buscar su sitio. Lloro y río al mismo tiempo. Entro en la
cocina y el aroma a caldo me impregna. Me fijo en una alacena y me emociona ver
el mortero de alabastro donde vi tantas veces a mi yaya picar sofritos, ajo aceite . . . Recuerdo que no se
lo dejaba tocar a nadie, lo teníamos prohibido. Ella lo limpiaba después de
utilizarlo y lo tapaba con el “mocador de fer farcells”, igual como en este
momento.
Un
presentimiento repentino me lleva a levantar el pañuelo, detrás del mortero descubro
una caja e introduzco la llave en el pequeño cerrojo. En el interior encuentro un papel amarillento,
doblado cuidadosamente. Lo desplego y lo aliso, está escrito con una letra
elegante y clara, leo en voz alta: “1 de mayo de 1939. Hace un mes que ha
finalizado oficialmente la guerra. El hambre y el miedo recorren las calles. Las
represalias de los vencedores han sido inmediatas.
"Como dueño de esta
propiedad, quiero dejar testimonio escrito, que en el patio de esta casa, en el barrio de la Sagrera de Barcelona, se
haya una galería excavada a unos diez metros bajo tierra, que tiene su inicio a tres metros de la
higuera en dirección a la puerta de salida de la casa, con una extensión
aproximada de unos 100 metros. Durante los años de la guerra ha sido utilizado
como refugio. En él hay enterrados fusiles del ejército republicano y documentos
referidos a datos de combatientes y a las unidades en las que fueron
encuadrados; cartas, diarios, de muchas personas que se vieron precipitadamente
abocados al exilio, todo ello será imprescindible para contribuir en un futuro a
la reconstrucción real de nuestra historia."
Sigo leyendo
“No sé cual será mi destino, presiento que me queda poco tiempo, y quiero pedir
que la persona que en un futuro lea este testimonio, impida por todos los
medios que todo esto se destruya, que conserve esta casa y su refugio de guerra.
Debe permanecer para siempre en la memoria de nuestros descendientes”. Creo leer
en la firma: Manolo. CNT-FAI.
Leo
esta líneas totalmente absorta ¾¿quién es ese hombre? ¿quién es? ¾me preguntó fascinada por la historia. Sigo
leyendo en otra página . . . “Vuelvo
a escribir en este documento. Después de dejar este testimonio me detuvieron y
he pasado 30 años en la cárcel. Estamos en 1966, pero seguiré sin desvelar la
existencia del refugio que los fascistas no lograron detectar. No puedo ponerlo
en riesgo. Pronto moriré, un cáncer de pulmón me ha destruido y debo asegurarme
qué el futuro de este lugar permanezca en buenas manos. Hoy daré la llave a mi
pequeña sobrina para que la entierre con la carpeta de sus secretos, para que
nadie la descubra. Tengo la seguridad de que en el momento preciso, saldrá a la
luz la existencia de este lugar.
En un
sobre encuentro 2 fotografías, en una reconozco a mi yaya y en sus brazos la
que posiblemente sea mi madre de pequeña. ¾¡Qué guapas! ¾exclamó con dulzura.
La otra,
es de un hombre vestido de soldado, lleva un gorro rojo y negro, con una
insignia de la CNT. Es muy alto, delgado y fuerte. La miro con detenimiento y
creo reconocer al hombre que me sacó en hombros de la inundación, aquel gigante
de hombros y pies grandes.
No puedo contener las lágrimas, mis manos tiemblan, necesito respirar. Abro una de las ventanas y aspiro el aire
exterior. La enredadera de campanillas malvas que cubren las paredes y las
ventanas de la casa, me acarician la piel.
Estrecho la carta y las fotografías en mi pecho. Esta era mi herencia,
un legado de memoria. Lucharé por ello con todas mis fuerzas. Ahora sé, porqué tuve el fuerte impulso de
venir antes de que la expropiaran definitivamente.
Ángeles F. Picas
Febrero 2019.
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